Alzheimer

 
Foto: ibelievedv.com

Perdido en ese abismo conocido como la enfermedad de Alzheimer

 

buenavidaDigital

En 1901 al doctor Alois Alzheimer le tocó evaluar a una paciente mental en Frankfurt, Alemania, cuyo nombre era Auguste Deter, esposa de un empleado del sistema ferroviario de esa ciudad. Ella fue traída a una institución mental con una forma extraña forma de demencia, en la que se alternaban pérdida de memoria, insomnio, estados vegetativos, episodios de alucinaciones, largos períodos de alaridos e intentos de escape.

El científico comenzó a interrogarla:


“¿Cuál es su nombre?” “Auguste”. “¿Su apellido?” “Auguste”. “¿Cómo se llama su esposo?” (Después de pensar por un rato) “Creo que… Auguste”. “¿Su marido?” “O algo así”. “¿Qué edad tiene?” “Cincuenta y un años”. “¿Dónde usted vive?” “Usted nos ha visitado”. “¿Está usted casada?” “Oh, estoy tan confundida”. “¿Dónde se encuentra usted?” “Aquí es donde voy a vivir”. “¿Dónde está su cama?” “¿Dónde debe estar?”


Poco después, a la hora del almuerzo, Alzheimer le pidió a la paciente que escribiera un 5. Ella escribió “una mujer”. Cuando le pidió que escribiera un 8 puso “Auguste”. Mientras lo hacía le admitía al médico, “creo que me he perdido a mí misma”.


La paciente no mostró ninguna mejoría, muriendo siete años después. Alzheimer, que un año después del encuentro se había transferido de Franfurt a Munich, pidió su expediente médico y su cerebro. En el órgano de la desafortunada mujer encontró placas seniles (aglomeraciones anormales de neuronas muertas) y ovillos neurobrilares (un nudo formado por ciertas proteínas dentro de la neurona, que la obstruyen).


Dos años antes de la muerte de Deter, en 1906, el médico alemán había reportado en un congreso la extraña dolencia, a la que él había bautizado coloquialmente como “la enfermedad del olvido”. Desde ese momento, en diversos países, ante un cuadro clínico parecido los médicos hablaban de “la enfermedad de Alzheimer”.


Se trata de un mal que destruye a gran ritmo las células nerviosas. Al ocurrir esto disminuye drásticamente el volumen de neurotransmisores, y como consecuencia a esto, áreas del cerebro que hasta entonces habían funcionado juntas, se separan, destruyéndose la capacidad para varias funciones de la mente, como el lenguaje, la memoria, la percepción, la conducta emocional y habilidades cognitivas como el cálculo, pensamiento abstracto o la capacidad de discernimiento. Al final, el daño al cerebro es tan severo, que ya no se puede sostener la vida. 


Desgraciadamente, a más de 100 años de que se mostrara el mundo la “enfermedad del olvido”, a esta no se le ha encontrado cura. Los tratamientos están más que nada dirigidos a hacer más lenta la progresión de la dolencia, y de paliar con sus efectos. Hay estudios que apuntan que con ciertas sustancias, como el complejo B y el Gingko biloba pueden ayudar a prevenir el trastorno, pero no son concluyentes. Como sea, a más de 100 años, la lucha sigue.


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